DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL SISTEMA DE CÉLULAS PARROQUIALES DE EVANGELIZACIÓN
Aula Pablo VI
Lunes, 18 de noviembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me alegro de que hayáis decidido volver a Roma para celebrar el trigésimo aniversario de vuestra historia. Agradezco a Don Piergiorgio Perini la incansable obra de evangelización que ha realizado en estos decenios. Ahora puede admirar algunos frutos que el Señor le ha concedido con su gracia. ¡Y doy las gracias por el testimonio de estos 65 años de sacerdocio y 90 de edad! Le he pedido la receta ¿qué hace para estar así?
El Señor Jesús dejó a sus discípulos una enseñanza exigente cuando les dijo: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). Ir, dar fruto y permanecer. Esta es la llamada a la que no se puede escapar cuando se encuentra al Señor y se es conquistado por su Evangelio. Ciertamente, Jesús no les dijo a sus discípulos que verían los frutos de su trabajo. Sólo les aseguró que los frutos permanecerían. Esta promesa también es válida para nosotros. Es humano pensar que después de tanto trabajo se quiera ver el fruto de nuestro compromiso; sin embargo, el Evangelio nos empuja en una dirección diferente.
Jesús no hizo ningún descuento a sus discípulos cuando habló de la radicalidad con la que debemos seguirle. Les dijo: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”» (Lc 17,10). Sin embargo, si nuestro esfuerzo para proclamar el Evangelio es total y estamos siempre listos, entonces la perspectiva cambia. Otra parábola nos lo recuerda, cuando Jesús dice: «Dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguró que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, los servirá» (Lc 12,37). ¡Vemos de cerca tantas veces lo grande e infinito que es el amor de Dios por nosotros! Si somos fieles y vigilantes, Él también nos concede, entonces, ver los frutos de nuestro trabajo.
Vuestra historia como Células Parroquiales de Evangelización se puede insertar fácilmente en este contexto. La fecundidad de vuestro compromiso se refleja en la multiplicación de las Células que ahora están presentes en muchas partes del mundo. No os canséis nunca de seguir los caminos que el Espíritu del Señor Resucitado pone ante vosotros. Qué no os frene ningún miedo de lo nuevo y que vuestro paso no aminore por las dificultades que son inevitables en el camino de la evangelización. ¡Cuando se es discípulo misionero, nunca puede decaer el entusiasmo! Qué en la fatiga os sostenga, la oración dirigida al Espíritu Santo, que es el Consolador; en la debilidad, sentid la fuerza de la comunidad, que nunca permite ser abandonado a su suerte.
Nuestras parroquias están invadidas por muchas iniciativas que, sin embargo, a menudo no repercuten en profundidad en la vida de las personas. También a vosotros se os confía la tarea de reavivar, sobre todo en este período, la vida de nuestras comunidades parroquiales. Esto será posible en la medida en que se conviertan, sobre todo, en lugares para escuchar la Palabra de Dios y celebrar el misterio de su muerte y resurrección. Sólo partiendo de ello se puede pensar que la obra evangelizadora se vuelva eficaz y fecunda, capaz de dar fruto. Desafortunadamente, por muchas razones, muchos se han alejado de nuestras parroquias. Es urgente, por lo tanto, que recuperemos la necesidad del encuentro para llegar a las personas allí donde viven y trabajan. Si hemos encontrado a Cristo en nuestras vidas no podemos guardarlo sólo para nosotros mismos. Es determinante que compartamos esta experiencia también con los demás; esta es la senda principal de la evangelización.
No lo olvidéis: cada vez que encontráis a alguien, hay en juego una historia verdadera que puede cambiar la vida de una persona. Y esto no es hacer proselitismo, es dar testimonio. Ha sido siempre así. Cuando Jesús, pasando por la orilla del lago, vio a Pedro, Andrés, Santiago y Juan trabajando fijó su mirada en ellos y transformó sus vidas (cf. Lc 5,1-11). Lo mismo se repite en nuestros días, cuando el encuentro es fruto del amor cristiano, cambia la vida porque llega al corazón de las personas y las afecta profundamente. ¡Qué vuestro anuncio se convierta en un testimonio de misericordia, que evidencia que toda atención prestada a uno de los más pequeños se presta al mismo Jesús, que se identifica con ellos! (cf. Mt 25, 40).
Os acompaño con mi bendición y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
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